Paul Gauselmann ha construido un imperio, demostrando cómo el éxito económico puede servir al bien común. Al reflexionar sobre su trayectoria, que le ha llevado de crear una empresa en 1957 sin capital alguno a dirigir un grupo de empresas de renombre internacional con unos ingresos por ventas de unos 4.000 millones de euros, Paul Gauselmann a veces se esfuerza por comprender que su espíritu inventivo, su pasión por los juegos, su energía creativa y su sentido del trato con la gente le hayan llevado tan lejos. «A veces tengo que pellizcarme», reconoce. 

Sin embargo, nada se le ha dado en bandeja. Sus logros son fruto de un trabajo duro e incesante, una búsqueda casi obsesiva de la perfección, un agudo instinto empresarial y un considerable ahorro personal. Paul Gauselmann nunca dejó nada al azar. Su habilidad para identificar y aprovechar las oportunidades, unida a su determinación, le han guiado hacia el éxito. «Por supuesto, como todo el mundo, he cometido errores», reconoce. «Sin embargo, las grandes decisiones empresariales me han salido bien en general». El mérito también se lo debe a su esposa Karin, su compañera a lo largo de 58 años de pruebas y triunfos compartidos. «Tiene un carácter formidable; no podría haber llegado tan lejos sin ella».

Para apreciar realmente el alcance del éxito de Paul Gauselmann, hay que remontarse a sus primeros años. Los escombros de la Alemania bombardeada de posguerra, donde jugaba de niño nacido en Münster en 1934, también sentaron las bases de su perspicacia empresarial. 

A los diez años ya contribuía a los ingresos familiares recogiendo y vendiendo chatarra, cobre y estaño de los escombros. A los 14, había ahorrado suficientes marcos alemanes para comprar su primera bicicleta con su propio dinero. También aprendió otra lección crucial: cada uno es artífice de su propio destino. Para alcanzar el éxito, hay que identificar el camino correcto, realizar un esfuerzo constante y esforzarse por superar a todos los demás.

La guerra también le enseñó otra cosa: la importancia del juego. En las terribles horas que pasaba en los refugios antiaéreos, jugaba con sus hermanos Willi y Eugen a juegos de cartas como el skat, el doppelkopf, el halma, así como al ajedrez y el nine men's morris. Paul Gauselmann comprendió de primera mano la fascinación y el impacto positivo del juego. Ofrecía a los chicos la oportunidad de escapar por un rato de la angustiosa realidad que les rodeaba y sumergirse en el despreocupado reino de los juegos.

La visión de Paul Gauselmann sobre el valor de los juegos se fusionó con su amor por la tecnología, su visión de futuro y su inquebrantable deseo de crear y dar forma a su propia vida. También tuvo la suerte de que su afán emprendedor coincidiera con el auge económico, lo que permitió ascender rápidamente a aquellos impulsados por el éxito. 

En aquella época, Alemania no estaba lastrada por una burocracia excesiva, sino que era una nación repleta de oportunidades para los emprendedores. «Las condiciones eran ideales para los emprendedores con un concepto empresarial sólido», recuerda Paul Gauselmann. «Muy diferente a hoy. Tras la devastadora guerra, el mundo necesitaba urgentemente razones para sentirse alegre». 

La economía social de mercado de Ludwig Erhard confiaba en el individuo, una confianza que el joven Paul Gauselmann hizo suya. Tras su aprendizaje como inspector de telecomunicaciones, que completó como el mejor de la clase, se aventuró en el autoempleo a tiempo parcial como operador de jukebox después de siete años - el año era 1957, marcando el inicio del Grupo Merkur. 

En octubre de 1964, Paul Gauselmann se convirtió en autónomo. Precisamente los años pasados como empleado darían forma al empresario para el resto de su vida. Paul Gauselmann nunca ha perdido de vista lo importante que es para un empresario mostrar aprecio por sus empleados. Por eso, a sus 90 años, siempre que puede dedica tiempo a sus empleados. Una pregunta aquí, un elogio allá... Paul Gauselmann siempre interactúa con sus empleados en pie de igualdad, sin olvidar nunca cómo empezó él mismo. 

La autonomía de la empresa marcó el inicio de un ascenso extraordinario: la primera máquina recreativa de desarrollo propio, la Merkur B, lanzada en 1976, proporcionó inmediatamente hasta un 100% más de diversión en el juego, logrando así un éxito significativamente mayor que las máquinas de los líderes del mercado en aquel momento. 

Este éxito fue seguido unos años más tarde por la Merkur Disc, que introdujo por primera vez discos en lugar de bobinas y sigue siendo la máquina tragaperras más vendida de la historia, con 40.000 unidades vendidas. Sólo siete años después de lanzar su primera máquina recreativa, Paul Gauselmann ya se había asegurado más del 50% de la cuota de mercado en Alemania. La creación del primer salón recreativo, basado en el concepto de un hotel de tres estrellas, también fue pionera y contribuyó en gran medida al auge de la empresa. 

Posteriormente, los salones recreativos Merkur se extendieron por toda Europa y el logotipo del sol sonriente se convirtió en sinónimo de diversión en el juego. Establecer una fuerte presencia en el Reino Unido e introducirse en el sector de los casinos demostró ser un acierto estratégico. El grupo también adquirió experiencia en juegos en línea y apuestas deportivas, el negocio del futuro. 

Paul Gauselmann siempre estaba dispuesto a defender la causa de los demás, pues entendía que las decisiones empresariales hábiles eran sólo una parte de la ecuación y que la influencia política era igual de importante. Por ello, el trabajo activo en asociaciones era un pilar importante que a menudo le exigía mucho tiempo. «A las empresas individuales les cuesta mucho hacerse oír cuando se trata de cuestiones políticas. Pero los intereses de las asociaciones y, por tanto, de todo un sector tienen más peso político». 

A partir de 1966, empezó a conocer los entresijos de la política del sector y poco a poco fue ascendiendo. Gracias a su capacidad de persuasión, pronto fue elegido Presidente de la Asociación Alemana de la Industria de Máquinas Recreativas y Expendedoras (VDAI), cargo que ocupó durante 38 años. En este puesto, fue con frecuencia una voz destacada en el debate político y logró presionar a los poderes fácticos en nombre de todas las empresas. 

Su pronunciado sentido de la justicia no le dejaba descansar cuando se aplicaba un doble rasero. «No soporto la hipocresía en cualquiera de sus formas», reconoce. Obviamente, Paul Gauselmann también se benefició de una parte del pastel de lo que consiguió para la industria en su conjunto. Sin embargo, a lo largo de las décadas, tuvo un impacto general tan positivo que en 2018 fue nombrado presidente honorario de la VDAI por su inquebrantable compromiso. 

Paul Gauselmann, que empezó como empresario individual hace 67 años, ha logrado construir un gran grupo empresarial que hoy cuenta con casi 15.000 empleados, manteniéndose siempre fiel a su principio de ser «un empresario con corazón». Así, las repercusiones de la pandemia de coronavirus -con salas de juego, casinos y locales de apuestas deportivas obligados a permanecer cerrados en algunos casos hasta siete meses- le causaron muchas noches de insomnio. 

Pero a pesar de las fuertes pérdidas de ingresos, el jefe cuidó de «su» gente, y ni uno solo tuvo que ser despedido a causa de la pandemia. Y lo que es más, ni siquiera en esos momentos difíciles entró en números rojos, lo que, en retrospectiva, es sin duda motivo de orgullo para el jefe de la empresa. «En mis 67 años como empresario, he sido cuidadoso con mis recursos y no he escrito ni una sola vez con tinta roja». 

Este ahorro de la vieja escuela -su éxito nunca estuvo impulsado por el beneficio material- permitió a Paul Gauselmann convertirse en un generoso donante en su región natal. El hombre para quien una flota de limusinas de lujo, un yate o un avión no significaban nada ha ganado más dinero en su vida del que su familia puede gastar. 

Así que, ¿por qué no regalar una parte? Por eso, el empresario de Espelkamp creó la Fundación Paul y Karin Gauselmann, que en sus 25 años de historia ha destinado casi cinco millones de euros a unos 2.500 beneficiarios. Además, Paul Gauselmann financió la modernización del hospital de Rahden, la ampliación de la unidad de ictus de la Clínica Minden y la construcción de un edificio para la formación de estudiantes de medicina. También donó un robot de quirófano para el hospital de Lübbecke valorado en 1,4 millones de euros. 

Con la adquisición de la decadente finca Schloss Benkhausen, de 500 años de antigüedad, en Espelkamp, se erigió en monumento. Con una inversión de varios millones, restauró 11 edificios antiguos, que hoy no sólo sirven como centro de formación para empleados, sino también como hotel de conferencias, lugar de encuentro y sede de una gran variedad de eventos artísticos y culturales de la región circundante. El Jardín Inglés, con su zona recreativa adyacente, su sendero circular y su embarcadero, es un remanso de paz para innumerables visitantes que acuden aquí a diario para pasear, hacer footing o simplemente relajarse. 

A pesar de que su excepcional dedicación le valió hace muchos años la ciudadanía honoraria de las ciudades de Espelkamp y Lübbecke, este padre de cuatro hijos y bisabuelo de cinco bisnietos sigue tan comprometido con las causas sociales como siempre. No sólo ha financiado la construcción de dos guarderías en Espelkamp con una inversión de unos seis millones de euros, sino que recientemente, cuando la ciudad se enfrentó a dificultades financieras imprevistas, volvió a dar un paso al frente con una donación de 8,7 millones de euros. 

Para no dejar atrás a la ciudad vecina de Lübbecke, donde se encuentra la planta de producción del Grupo Merkur, aportó otros cinco millones de euros. En sólo unos meses, Paul Gauselmann ha aportado unos 20 millones de euros al bien público. Además, ha anunciado que una parte sustancial de su patrimonio privado se destinará a su fundación. «Esto permitirá apoyar numerosas buenas causas en los próximos años», asegura Paul Gauselmann, mirando hacia atrás con satisfacción a la obra de su vida.