Cuando informar no alcanza, y explicar bien marca la diferencia

En una época en la que la información se mueve con más velocidad que la capacidad del público para asimilarla, los organismos reguladores enfrentan un reto que no siempre aparece en los manuales: lograr que la gente entienda qué hacen y por qué importa su trabajo. La fiscalización, las autorizaciones y los controles son esenciales, pero resultan poco visibles si no se explican con claridad. Y ahí es donde la creatividad —una palabra que suele parecer ajena al mundo estatal— cobra un protagonismo inesperado.

Hablar de creatividad en un regulador no implica convertir a la institución en una marca comercial ni apostar por mensajes livianos. Se trata, más bien, de encontrar formas inteligentes y humanas de contar lo que normalmente se comunica con tecnicismos. Un regulador puede publicar resoluciones o emitir advertencias, pero si la ciudadanía no las entiende, el mensaje se pierde. La creatividad funciona como un traductor: toma conceptos complejos y los vuelve accesibles sin perder precisión.

Además, aporta algo que a menudo se da por sentado: cercanía. La mayoría de las personas solo piensa en un regulador cuando surge un problema; por eso, una comunicación cálida, directa y bien construida ayuda a mostrar que detrás de cada norma hay un propósito claro: proteger al usuario, ordenar el mercado y garantizar condiciones de juego limpio para todos. Cuando la institución logra transmitir ese sentido, la relación con el ciudadano cambia.

La creatividad también juega un papel clave en la construcción de identidad. Los reguladores suelen cargar con la imagen de estructuras rígidas o lejanas. Sin embargo, una estrategia comunicacional coherente —no estridente, pero sí bien definida— puede fortalecer la percepción de seriedad, profesionalismo y transparencia. Un tono consistente, recursos visuales adecuados y mensajes pensados para ser recordados ayudan a que la institución sea reconocible sin perder formalidad.

En ese camino, vale la pena considerar algunas propuestas que ya se aplican con éxito en otros organismos: campañas que expliquen en lenguaje cotidiano cómo funciona la fiscalización; piezas audiovisuales breves que muestren procedimientos de control sin tecnicismos; narrativas que conecten la misión institucional con historias reales de usuarios; y un mayor uso de formatos ágiles —gráficos simples, animaciones cortas, contenidos para redes— que acerquen la información a públicos que no suelen leer documentos oficiales. Son iniciativas que no requieren grandes inversiones, pero sí una mirada más abierta hacia la innovación pública.

Otro aspecto central es el educativo. Cada vez más, los reguladores deben informar sobre buenas prácticas, derechos, riesgos y beneficios. Ninguno de esos mensajes funciona si no se presenta de manera clara. Una campaña creativa puede lograr que una advertencia llegue a quien tiene que llegar, o que un concepto técnico se entienda en segundos. Educar requiere captar la atención primero, y ahí la creatividad marca la diferencia.

Finalmente, la creatividad potencia la transparencia. Explicar cómo se fiscaliza, por qué se toman ciertas decisiones o cómo se destinan los recursos suele requerir datos complejos. Convertir esa información en algo gráfico, simple y directo es una forma de rendir cuentas que la ciudadanía agradece.

*Federico Rodríguez Aguiar es un analista de marketing con más de 35 años de experiencia en la industria del juego en América Latina y el Caribe. Ha ocupado cargos de alto nivel como regulador y ha sido jurado en eventos internacionales del sector. Actualmente, se desempeña como columnista independiente, analizando tendencias y regulaciones.